El propósito de este proyecto consiste en compilar una obra colaborativa de referencia, a modo de glosario, que sirva para clarificar y analizar los términos clave en los textos zambranianos, para así hacer su pensamiento más accesible e invitar al lector a desentrañar la potencialidad de su racionalidad.
Frente a la rigidez que percibe en la tradición filosófica occidental construida sobre una monolítica visión del ser, el pensamiento de Zambrano habita los intersticios espaciales e intervalos temporales, porque propician la transición y el cambio. Por esta razón, las metáforas liminales como horizonte, umbral y dintel abundan en su uso del lenguaje. De entre ellas, destaca la de la aurora, que llega a considerarse metáfora de su posicionamiento filósofo.
La aurora adquiere protagonismo durante la última etapa de su obra, de hecho, da título a uno de sus libros de madurez, De la aurora (1986). Sin embargo, está presente desde sus primeros escritos y fue a partir de la primera edición de El hombre y lo divino (1955), como apunta María Luisa Maillard, donde perfila su uso con precisión (2011, III: 1280).Zambrano a menudo utiliza los términos alba y aura de manera intercambiable. Ambos nos remontan al instante en el que empieza a clarear, tras la montaña o el mar, más allá de la línea del horizonte. Denotan el intervalo en el que deja de ser de noche, sin ser tampoco de día; el instante en el que empezamos a intuir el sol sin que asome aún.
En El hombre y lo divino, Zambrano nos habla de la aurora y del alba, en clara contraposición a esa luz cegadora de la razón ensoberbecida. Así, nos presenta la aurora y el alba como metáforas para una razón conciliadora. Frente a luz deslumbrante de la razón occidental, totalizadora y absolutista, la aurora aparece como una luz humilde, libre de soberbia, desde la que esforzarse por entrever una realidad que solo poco a poco se va desvelando.
Posteriormente, en De la aurora, Zambrano insiste en la fertilidad de la aurora, sobre la que nos dice que “ella no muere, y da a luz, al fin y al cabo, al mismo sol que es la fuente de la vida. Ella, fuente de la fuente.” (2018, IV.I: 233). Esto la lleva a invertir el paradigma imperante. Lo que sugiere es que el conocimiento no debe buscarse desde el afán de la claridad cegadora que promete el sol, sino más bien desde la humildad de la penumbra de la aurora.
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